El instinto más básico de todo animal es repeler la agresión por medios violentos. Sin embargo, el hombre tiene suficiente capacidad de autocontrol para conducir el conflicto por otras vías que mejoren la convivencia.
Pautas a seguir ante una agresión
Ante todo, es muy
importante tener mucha paciencia y conservar la calma en todo momento y lugar.
No nos dejemos llevar por las emociones y nunca ponerse a la altura del
agresor. Esto permite cambiar su conducta y rebajar la tensión, aunque la otra
persona crea que nos domina. Por esta razón es importante el autocontrol. Si
controlamos nuestras emociones, controlaremos nuestro entorno.
Etapa inicial: rebajar el conflicto
Con el estado físico y
emocional en que se encuentra el agresor es difícil que piense con lógica. Lo
aconsejable es mantenernos tranquilos, hablando en tono suave y pausado para
que la otra persona rebaje su voz a nuestro nivel. Los gritos son grandes
estresores que impiden la comunicación, producen estrés y tensan más la
situación.
Liberar los sentimientos y emociones mediante
el diálogo
Una vez que el agresor
está más calmado, permitirle expresarse libremente. Una buena vía de escape
ante la violencia es dejar que la otra persona hable, se desahogue expresando
sus sentimientos y emociones. Es importante no racionalizar, criticar lo que
dice ni opinar o dar soluciones antes de haber contado toda la historia
(síndrome del experto). No es el momento de buscar soluciones al problema.
Simplemente debemos permitir que hable, sin interrupciones, mientras escuchamos
activamente. Se trata de volver a la calma para que fluya la comunicación y el
agresor controle sus emociones.
Etapa de negociación
Cuando el agresor esté
más tranquilo y descubra que le escuchamos y comprendemos, se puede pasar a la etapa de la negociación. Seguiremos hablando en un
tono regular, grave, sin alteraciones y no perdiendo claridad en la expresión.
La otra persona debe percibir en nosotros tranquilidad y confianza. Intentaremos
definir la situación intercambiando impresiones. La comunicación no verbal es
muy importante. Atenderemos a las señales que la otra persona nos envíe,
consciente e inconscientemente, y responderemos abiertamente. Evitar
conversaciones vacías, sin sentido y que no llevan a ningún lugar. Solo generan
confusión y cansancio. Hablar lo preciso y escuchar mucho, prestando atención a
lo que dice la otra persona, asintiendo, mirándole a la cara regularmente,
comprendiendo lo que expresa y procurando entender por qué lo dice. Esto no
significa estar de acuerdo con la otra persona, simplemente debemos conocer el
contexto en el que se mueve, sus motivaciones y sentimientos, para buscar una
solución que beneficie a todos.
Durante la conversación
es importante parafrasear, verificar que hemos comprendido lo que nos han dicho
con expresiones: “Por lo que me dices, entiendo que…”, “Si no he comprendido
mal…”, “Es decir, la cuestión es si…”,
etc. De esta manera evitamos malos entendidos, malas interpretaciones y el
interlocutor sabe que le escuchamos y le comprendemos, reforzando así la
confianza y legitimación.
Hay que evitar las
descalificaciones y los reproches y no buscar un culpable. Las etiquetas
negativas refuerzan la actitud de defensa de la otra persona: “Tu problema es
que eres un flojo…”, “No paras de quejarte…”, “Nunca haces nada…”, etc.
No abordar un tema hasta
haber zanjado el actual. Es frecuente que durante una discusión (principal)
salgan a relucir reproches que no hacen más que ramificar el conflicto hacia
otros temas (segundarios), perdiendo el hilo principal. Lo que podía ser, en
principio una pequeña discusión, termina siendo un conflicto que, si no se
detiene, va aumentando como las “bolas de nieve”.
Todos solemos tener una
agenda mental donde apuntamos lo negativo de la otra persona, lo que hace, dice
y omite. Con el paso del tiempo, esa acumulación de información produce
resentimiento y rencor y condiciona nuestra actitud en el momento de ponernos
de acuerdo en algo. Si surge una discusión, echamos mano de esa agenda mental y
reprochamos cosas como: “Pues tu hiciste tal día esto y se te olvidó…”, “No
eres la única que hace tal cosa, como cuando fuimos a…”. Las críticas hay que
hacerlas en el momento que se produce algún suceso que nos desagrada. De esta
manera, cuando discutamos no lo utilicemos como arma arrojadiza.
Apartar el pasado es
importante para mirar al futuro. ¿De qué sirve “sacar los trapos sucios”? ¿Qué sentido tiene abrir viejas heridas? Si
un asunto del pasado está zanjado, debe quedar ahí. No debemos olvidar para no
caer en los mismos errores del pasado, pero no para revivirlo.
Centrarse en las
actitudes concretas y no generalizar. Cuando generalizamos estamos etiquetando
a alguien de algo que, a la larga, se hace realidad. ¿Cuántas veces se ha
dicho: “Es que eres un flujo…”, “No sirves para nada…”, “Nunca haces tal
cosa…”. En los niños es frecuente etiquetar y, a la larga, ellos se identifican
con lo que le dicen. Un niño inteligente que no sabe encauzar su potencial, si
en vez de ayudarle le etiquetan como inútil, terminará siendo inútil. En el
caso de que estemos ante una situación tensa, lo que no se puede es generalizar
como excusa a su actitud. Si generalizamos la actitud del agresor, este se
sentirá más atacado y la agresividad aumentará.
Lo importante es el
respeto, el diálogo, la escucha activa, la calma y la paciencia para centrar
las energías en buscar respuestas a los conflictos y evitar la agresividad como
arma. Nuestros miedos, impotencias y frustraciones no desaparecen por medio de
la violencia. La paz solo se consigue mediante una eficaz “inteligencia
emocional”.
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